lunes, 30 de noviembre de 2009

y llueve

Cuando los planetas conspiran y la luna manda una señal hacia ese punto exacto donde se producen los choques de ideas, es que se genera esa mezcla de sentimientos que muchas veces desconocen sus orígenes perdiéndose entre lo que nunca ocurrió y lo que sucederá. Es ese impulso el que obliga a buscar cosas desconocidas tajeando la distancia entre lo imaginario y lo posible.
Lo real y lo invisible se unen para brillar en una de esas tantas noches cuando el pensamiento va más allá de los hechos, cuando hay ese poder de seguir luchando por lo que le hará bien o no al corazón. Sí, ese corazón que sigue bombeando pulsaciones cada día para recordar que aún esta vivo, que a pesar de las espinas que al sacar vuelven a pinchar sigue ese deseo inacabable de volver a estar en ese instante preciso donde todo parecía estar ahí a una milésima de distancia. Pero siempre ni tan lejos ni tan cerca. Esa separación justa que hace que nada cambie y todo siga intacto.
Tan intacto como aquellas sonrisas pintadas en las caras de los payasos y esa única lagrima que confunde el como estar cotidiano. Porque de eso también se trata de ver las mismas cosas de diferentes maneras, de estar acá pero volando hacia allá, de tener esto y anhelar aquello y se nos pasa la vida buscando aquello que quizás solo existe en nuestro imaginario o quizás es producto de nuestro deseo. Y es ahí cuando aparece esa gran incógnita de cuanto durará esto o aquello que nos hace feliz y sentirnos vivo.
Y se pasan miles de noches que aunque son iluminadas por la luna, no dejan de ser noches en blanco, noches que se escapan por los pensamientos y se encuentran en una simple cuestión… que día a día me lleva más a creer en la teoría de los vencimientos.
Porque lo ideal sería que todas las relaciones tuvieran una fecha de vencimiento como un simple yogurt así evitaríamos tantas cosas, no nos perderíamos en las dudas, en pensar sí damos pisadas correctas, en esperar algo de la otra persona, si no al contrario, cada segundo sería aprovechado y vivido a la máxima potencia y no nos quedaría nada inconcluso en nuestra vida al menos hasta ese momento.
Pero bueno como sostengo que todo sucede por una simple razón, quizás el que no tenga una fecha de vencimiento nos hace sentir y nos hace soñar con que ese yogurt pueda conservarse para siempre y por ende ese momento de ilusión y de felicidad se conserve dentro de una botella lista para destapar y empezar a vivir, con esos condimentos dulzones y picantes que tiene el escenario de la vida, un día de lluvia lo decidí.



Escrito por R.S.R